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arrojando jamones

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(publicado en La Hora de Hurlingham, mayo 2016) Cuando Juan Drysdale (h) fue a pedirle al muy british Ferrocarril al Pacífico que levantara una estación en la cercanías de su amado club, quizá no se animó a solicitar que además la bautizaran con su propio nombre. Ya habían demasiadas estaciones que llevaban nombres y apellidos de la familia Drysdale, como Adelina Munro Drysdale, Winifreda y la epónima Drysdale. Unos pocos días después, el 26 de septiembre de 1889, el presidente Juárez Celman autoriza construir una estación en el kilómetro 22 y que llevaría el nombre de “Hurlingham”, igual que el club deportivo que Drysdale y otros miembros de la colectividad inglesa de Buenos Aires habían fundado en las las tierras anteriormente conocidas como La Estanzuela o Paso Morales. El club, dedicado especialmente a la práctica de esos deportes en los que el mayor esfuerzo lo hace un caballo, se había creado a imagen y semejanza del Hurlingham Club de Londres. Aún los ingleses, ...

buscar el futuro en la memoria

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¿Quiénes somos los de Hurlingham? ¿Somos los ingleses que construyeron sus mansiones a la usanza de su madre patria? ¿Somos los hijos de los primeros inmigrantes que fueron a vivir cerca de la vieja estación Pereyra? ¿Somos los tanos y portugueses de Villa Tesei? ¿Somos los paraguayos que poblaron Morris? ¿Somos los músicos que crecieron bajo el pesado mito de Luca Prodan? ¿Somos los artistas que hacen hablar a las paredes? ¿Somos los que dormimos acá y trabajamos en otro lado? ¿Los caballos se usan mayormente para jugar al polo o arrastrar los carros de nuestros crotos? Son preguntas que, si se hicieron, quedaron entre las estrechas medianeras de consultoras y focus groups, o en las ávidas inmobiliarias que buscaban darle chapa de pintoresca aldea británica  a este pueblo como argumento de ventas. Todavía rebotan por ahí las publicidades de loteos que voceaban “Franceses en Bella Vista, ingleses en Hurlingham e italianos en Villa Devoto. Pero así como faltan libros y sitios...