Úrlingan

Jairo García Sánchez, profesor de Filología Románica de la Universidad de Alcalá de Henares y experto en toponimia, (el estudio etimológico de los nombres propios de un lugar) tiene una explicación a mano cuando se le pregunta por el momento en que se empezó a nombrar a los lugares que conocemos: desde el mismo momento en que apareció el lenguaje y hubo necesidad para hacerlo. “Los nombres propios, los topónimos, no son palabras o expresiones ajenas a la lengua, sino que forman parte de ella, y los lugares, como otras parcelas de la realidad, requieren ser nombrados para ser identificados” Durante miles de años, desde que los primeros humanos llegaron a la polvorienta Pampa, este pedacito de tierra donde vivimos y que llamamos Hurlingham no tuvo nombre, que sepamos. No quedan casi rastros de la lengua que hablaban los originarios querandíes, y muy probablemente no hayan tenido la necesidad de identificar un territorio que era inmensamente suyo. Pero vino el hombre blanco, ...