Dormidos


Pasan los años, las décadas, los discos de recopilaciones de temas de Divididos, los festivales de Cosquín con tipos disfrazados de gauchos, y todavía hay gente que cree (y quiere hacer creer) que la identidad de Hurlingham se relaciona con ingleses, caballos y algún tono de verde.

Es cierto que una asociación un poquito ilícita de gerentes de los ferrocarriles británicos se dedicó a fines del siglo XIX a hacer negocios en su tiempo libre: compraron por moneditas terrenos por donde sabían de antemano que iba a pasar el Ferrocarril Buenos Aires al Pacífico que ellos mismos estaban construyendo. Armaron un club que sonaba aristocrático y lujoso, instalaron una estación de su ferrocarril con el mismo nombre británico y pusieron un hipódromo para ganar platita, pero la plata grande venía por el lado del negocio inmobiliario.

Ya había pobladores en este barrio en las cercanías del tranvía Lacroze, pero como suele suceder con los ocupadores, ignoraron a los que estaban desde hacía 40 años y lograron hacer creer que Hurlingham fue fundado por ingleses. Creencia que permanece, incluso entre gente considerada referente local.

Unos pocos años después de fundación de ese club y ya concretados los primeros negocios, ocurrió la Primera Guerra Mundial y los británicos comenzaron a  volverse a sus islas lluviosas. Cuando los ferrocarriles fueron nacionalizados por Perón se fueron casi todos los ingleses.

Lo que quedó fue un par de colegios para que los nativos fantasearan con ser súbditos de una monarquía degenerada, algunas mansiones insoportables y excelentes argumentos de venta para martilleros y loteadores. “INGLESES EN HURLINGHAM, FRANCESES EN BELLA VISTA”, decían los viejos avisos del Ferrocarril Pacífico para vender sus terrenos.

También nos quedó una plaza céntrica – Ravenscroft - que homenajea a un señor cuyo mayor mérito fue vender avisos publicitarios en los vagones de los trenes de sus socios. (Le hubieran puesto el nombre de su viuda, Gertrude Hallet, que por lo menos fue una  enfermera destacada)

Pero por fuera de las murallas del Barrio Inglés resistían los paraguayos, tanos, gallegos y portugueses que realmente poblaron estas tierras. Y se armó un Hurlingham criollo, que se despertaba con la sirena de las fábricas, y se dormía a pesar de grillos y cigarras. Para cuando los liberales llegaron con la dictadura de Videla y comenzaron a destrozar Hurlingham – tarea sucia completada con Menem – ya teníamos una ciudad donde se trabajaba, se gastaba el sueldo en los negocios del barrio y se jodía en bares, boliches y carnavales de acá.

Esta tercera ola de liberales quiere terminar también con negocios y bares y dejar solamente los dormitorios.

El proyecto original de Código de Ordenamiento Urbano presentado por funcionarios municipales mientras la ciudad dormía pretende transformar Hurlingham en una ciudad – dormitorio,  al proponer mayor densidad de población, soslayando neoliberalmente dónde tendrá trabajo sustentable la población nueva. Ni hablar de la población vieja.

Una ciudad dormitorio es donde los habitantes - durmientes sólo duermen: su trabajo o su estudio transcurre en otro sitio, y tienen que moverse cuatro horas o más por día desde y hasta su casa. Este habitante - durmiente no es un ciudadano: no conoce a sus vecinos, ni compra en los comercios locales, porque antes de irse de Hurlingham y cuando vuelve,  los negocios están cerrados. No tiene ninguna empatía con el comerciante vecino y en sus días francos prefiere ir a un shopping o a uno de esos hiper gigantes donde nadie conoce a nadie. A lo sumo a un súper chino, todos igualitos- me refiero al formato, no a los dueños-. Y capaz lo que más le interesa al sistema: tampoco participa ni concurre a acciones políticas o culturales, porque además los genios del voto convocan a las reuniones a las cinco de la tarde o para cuando volvés de trabajar diez horas y viajar dos. Y porque el habitante – durmiente no se involucra en una sociedad con la cual no tiene ningún lazo y solamente pasa de largo para llegar a sus enrejados duplex. Un habitante – durmiente que sólo paga impuestos, no cuestiona nada, ni participa en nada, y más que un intendente vota un administrador de consorcio.

Va a ser medio difícil sacarle a cierta casta política la posibilidad de generar ciudadanos – despiertos. Y más difícil ciudadanos – despertadores.

Para colmo, el proyecto de COU quiere proteger el llamado “Barrio Inglés” como parte identitaria de Hurlingham: es el mismo argumento de venta de hace cien años. Mirá si nació apolillado este proyecto.

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