Alfajores Robados
La Argentina de los ‘70 estaba extremadamente politizada. Me acuerdo que cursaba sexto grado en la ex escuela 43 de Hurlingham (actual EGB 9) y en los recreos hacíamos apuestas con las candidaturas de Héctor J. Cámpora y la de Ricardo Balbín. En esos tiempos, la mayoría de los jóvenes eran peronistas y esa tendencia se volcaba a los más chicos. Sin embargo, en 6° “C” de la 43, ganaba Balbín.
¿Cómo era posible que en una aula con chicos de 11 años de una escuela pública, las preferencias se las llevara el veterano líder radical? Simplemente porque entre los compañeros de ese grado estaba Centeno, que tenía por nombre Balbín. Para nosotros era mucho más placentero “votar” por un homónimo de nuestro amigo que por Cámpora, al que todos decían ‘el Tío’.
Balbín (el nuestro, no el ‘Chino’ radical) era un chico humilde, simpático, para nada pendenciero ni mucho menos peleador. Pese a que era un clásico que después de clase se armaban notables grescas, peleas en las esquinas, fomentadas por otros que, hábilmente, generaban provocaciones y hasta les “tenían los útiles”, para librarle las manos a los contendientes. Balbín no entraba en esa.
Con la primaria terminaron los estudios de Balbín Centeno, pero lo seguí viendo, porque era un habitué de Hurlingham. Andaba por los boliches de la ciudad: por Yucatán, por El Cedro del francés Jean Pierre, en los bailes de los clubes o en Exclusive, alguna vez por Kobuki. Pero ojo, que Balbín no era un Tony Manero. El baile no era lo suyo, su lugar era la barra, tampoco para extralimitarse en la bebida, sino como un puesto mirador, para ver desde allí lo que pasaba.
Alguna vez, caminando juntos por Eduardo VII (hoy Jauretche), paramos en la heladería-confiteria Fénix, que también tenía kiosco, ubicado en la esquina con Ricchieri. El establecimiento era atendido por un personaje al que le decían Chispita, que fue el primer gay conocido del pueblo. Balbín pidió algo, él sabía que había que buscar adentro de la confitería. Mientras Chispita fue y volvió, Balbín se manoteó cinco alfajores, no menos de tres chocolates y hasta dos chupetines ‘Topolín’. Me quedé mirándolo en silencio. Cuando volvimos a caminar arrancó reconociendo: “Si, ya sé... soy un boludo”, y se preguntó: “¿qué querés que haga?, me la deja servida”, y ante mi insistente silencio enseguida buscó atenuantes: “Bueno che..., que se joda por puto...”
La dictadura ya gobernaba; Balbín, el radical, ya había muerto. Y los jóvenes de Hurlingham discutían cada vez menos de política y pasaban sus horas escuchando a las nuevas bandas de rock nacional como Seru Girán. En el colegio Echeverría, su director Carlos Mondría mantenía una conducción coherente con las pautas del régimen militar, y a la noche, los chicos recorrían esa “ele” imaginaria formada por Eduardo VII y la Av. Roca, donde abundaban extensas veredas cercadas de ligustros, y algunos comercios y boliches. La ciudad tenía formas de “recién nacida” aunque cargaba con casi un siglo encima. El miedo era parte de las costumbres cotidianas. Las razzias una metodología habitual.
Los jóvenes crecíamos llenos de desconfianzas y muchas contradicciones. Pero como ocurre siempre, ni los peores escenarios pueden empañar los buenos recuerdos que deja la adolescencia: los boliches; el pool que recién llegaba; la pizza por metro de Chirola; los helados que servía Jorge Ante en Samoa, (tan identificado con el lugar que al final muchos lo conocen como Jorge Samoa); Luca Prodan y su ginebra en el bar San Martín; los recitales, no con mucho público, de Banana Pueyrredón en el Curupa o de Vivencia en El Retiro.
También de partidos de fútbol en la canchita de García, o en la de Pereyra, o en La Luz, en FADMA o en Puerta 1 (ahora Polideportivo), los inolvidables partidos de mi equipo, “El Hispano”. Algunos elegían el basquet con Tito en el Defensores, que a la noche se transformaba en un boliche bailable conocido como Shot Gun.
Algunas recuerdos se superponen, y tal vez no exista rigorosidad cronológica, pero en general son pinceladas de época, de los que fueron pibes hace casi 30 años. Recuerdos que surgen cuando entre dos viejos amigos comienzan a pasar lista: “¿qué será de la vida de ...? ” y empiezan a desfilar los nombres.
La semana pasada, una gacetilla de agencia TELAM informaba que “una denuncia efectuada al 911 en la localidad de Hurlingham culminó exitosamente al detener a un sujeto con graves antecedentes policiales”. La información señalaba que “los hechos se desarrollaron cuando una operadora del 911 recibió un llamado de que varias personas estarían con un flete, bajando muebles en una vivienda ubicada en la calle Gurruchaga 2360, presumiendo que se trataba de una ‘usurpación de propiedad’. Al llegar los policías al lugar, se pudo establecer que se trataba de un ardid de los individuos. Al mismo tiempo, la identificación de los nombrados permitió establecer que uno de ellos, Centeno Balbín Arnaldo (44 años), tenía un pedido de captura por el delito de Homicidio y Lesiones Graves dispuesto por el Dr. Bianco del Departamento Judicial de Morón, de fecha 17 de diciembre de 1992”.
Fue una triste manera de saber qué era de la vida de mi compañero Balbín. Una triste manera de saber que los robos de alfajores al pobre Chispita fueron el principio impensado de una costumbre que fue en ascenso. En esa época, cuando Balbín era un quinceañero, después del atraco, reconocía que era “un boludo”. Tenía toda la razón, lástima que nada hizo para dejar de serlo.
(Publicado el 22/06/2009 en http://rodyrodriguez.blogspot.com.ar/2009/06/alfajores-robados.html)
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