Los caminos de la Villa




Mucho antes de que los habitantes de Villa Tesei decidieran llamar “La Villa” a la esquina de Pedro Díaz y Vergara, confundiendo a turistas y extranjeros, mucho antes de que las calles de Hurlingham fueran estas huellas intransitables llenas de pozos y lomos de burro, las calles del Protohurlingham eran también huellas intransitables llenas de pozos y lomos de burro.

Ya citamos en estas columnas el Camino de Morón al Paso Morales, que con el tiempo fue rebautizándose a medida que surgía algún dictador, como don Félix Uriburu, hasta que en 1948 se consolidó el nombre de Av. Valentín Vergara, por el insigne entrerriano que ganó la gobernación de Buenos Aires en 1926, ayudado tal vez por la curiosa integración de la fórmula para gobernador y vice: Vergara – Ortúzar. Habrá que ver si algún gracioso compuso algún tango picaresco inspirado en los apellidos de los candidatos.

Por este camino circularon las diligencias de Eustaquio Salinas desde 1876, que por contrato tenían que ir de San Miguel a Morón en dos horas, en “breaks” imperiales de hasta 8 caballos. No mucho más de lo que se tarda actualmente, en un auto de 100 caballos. Hacían una parada en el Santito y otra en una pulpería que estaba en tierras de Norberto Quirno, hasta la terminal en la fonda “El Bacalao”, cerca de la estación de Morón.

Otro antiguo camino del siglo XIX, desaparecido en parte, era un sendero que saliendo de lo que ahora es Villa Tesei , corría aproximadamente por la actual Pedro Díaz, hasta la casa de un tal Félix Soto, desde donde seguía paralelo a un arroyo para terminar en el Paso Morales. Más tarde el camino cruzó el arroyo (ahora arroyo de Soto, o simplemente Soto), sorteó la ya famosa Zeta y el río de las Conchas mediante el puente Centenario y se convirtió en una pista de carreras que salían de lo de Cagnone en Vergara y Gaona. Se lo llamó gráficamente “Camino a Bella Vista” y ahora se llama sospechosamente “General” Pedro Díaz, pero es más probable que se llame así por el doctor Pedro C. Díaz, dueño del Haras Los Talas, que estaba por la zona de la Zeta hasta bien entrado el siglo XX. Allí existía un importante cruce con el Camino al Puente de Márquez, actual Villegas – La Tradición.

El ingeniero Sourdeaux mensuró en 1866 los terrenos propiedad del estado municipal del Cuartel IV de Morón, es decir, el actual Hurlingham más Ituzaingó. La división en chacras establecida por el ingeniero determinó que los límites de las mismas terminaran siendo calles importantes del pueblo: Granaderos, Bolívar, Jauretche, Gaboto, Bustamante. Más adelante vinieron los loteos, y nuevas calles se abrieron. Y otras todavía están en eso: pasamos todos los días por estas calles angostas, calles angostas con una vereda sola, como Albania entre Rizzo y Luna, varias cuadras de Coraceros, o el insólito Boulevard Santa Ana entre Malaspina y Arribeños.

Hay un episodio que si bien puede calificarse como de un cipayismo abyecto o un ejemplo de la cómo la comunidad organizada es capaz de lograr mejorar la calidad de vida de sus integrantes.

Resulta que en 1925 Su Alteza Real Edward Albert Christian George Andrew Patrick David de la Casa de Windsor, conocido en aquel momento como el Príncipe de Gales, decide hacer un recorrido por sus reales colonias reales -y las virtuales, como la Argentina de esa época.  Entre los principescos deseos se encontraba el de jugar al polo en el Hurlingham Club de los arrabales moronenses. Y como el arrabal era literal, el trayecto entre la estación del Pacífico donde arribaría don Eduardo y el portón del club era una inmunda y maloliente huella indigna de tan digno dignatario. Por lo cual los caballeros ingleses que ya habitaban la zona decidieron homenajearlo asfaltándole la calle y bautizándola con el nombre del abuelo del príncipe, el rey Eduardo VII.(1)

Según  la señora Elvira Ocampo de Shaw en su peculiar libro de memorias: “Cuando quedó establecido, como número del programa general de actos a realizarse durante la permanencia del príncipe de Gales en el país, que el ilustre huésped iría a jugar un partido en el Hurlingham Club, la comisión de fomento de la localidad pensó en el arreglo del camino desde la estación del Pacífico hasta el club. por gestiones del diputado Boatti se obtuvo que el gobierno de la provincia suministrase el concreto calcáreo necesario y una cuadrilla de peones bajo la dirección del ingeniero Emilio Martínez Bisso” (2)

Gracias al generoso aporte del gobierno, Hurlingham tuvo su primer calle asfaltada por la visita del príncipe, que pudo disfrutar el asfalto las pocas horas que estuvo acá. Ah, la comisión de fomento estaba integrada por míster Girderdale, míster Tisdall, míster Lockwood, míster Lacey, y cuándo no, míster Rodolfo Bullrich, entre otros. 

Más adelante el blondo royal fue efectivamente un efímero rey de Gran Bretaña. Tuvo que abandonar la corona, el cetro y casi todo eso porque decidió casarse con la pérfida norteamericana Wallis Simpson, dando origen a centenares de románticos libros y películas que obviaban que Eduardo era un poquito nazi, bastante racista y un insoportable tilingo. En “El discurso del Rey” vimos cómo lo verdugueaba a su hermano el tartamudo, el  futuro Jorge VI. 

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(1) Eduardo VII esperó que su mamá la reina Victoria espichara y le pasara la corona 59 años, dos meses, trece días y algunas horas. Fue el príncipe que estuvo más al cuete de la historia, uno de los primeros humanos en sufrir una apendicectomía y sobrevivirla. Su mayor legado fue el horrendo traje llamado precisamente Príncipe de Gales. 

(2) Publicado en 1958, con el título Hurlingham, con textos en inglés y otros en español. 

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