mi barrio es un dibujo
“Militantes se acercan a un clásico paredón ferroviario. Todo el mundo lo pinta. Evidente en su finalidad, indiferente en su ideología, en sí mismo resulta ser una cosa esencialmente disponible, lo más parecido que se pueda concebir a una “forma pura”.
Pero, pero: aparecen dos patrulleros. La policía municipal: oh. Con más rigor, los patrulleros municipales, es decir, los coches comprados por la intendencia. Porque la policía municipal, a mediados de 2015, todavía no existe. Claro que podría tratarse de una sutileza; en definitiva, la represión del enemigo político no es una ciencia exacta”
Esto escribía Damián Selci hace tres años, una nada en términos de tiempo, una eternidad para la dinámica política argentina.
Hoy la violencia del intendente Acuña es pasado, pero también es memoria. Recordamos cómo el municipio de aquel entonces quitó los paneles publicitarios, recubrió los palos con una pintura rugosa, y hasta blanqueó postes con cal, con tal de que los opositores ocasionales no fueran capaces de expresarse. Y con cierto cosquilleo vemos como esta municipalidad se apropia de un espacio público, una pared que era la imprenta del pueblo, un grito que resistía a la tinellización de la políticas.
Se tomaron el trabajo de pintar de blanco todo el paredón desde Vergara a Jauretche y aclarar cada diez metros “Prohibido Pintar Carteles, Ley 2936/08”. De lo que no se olvidaron es de colocar una bruta estructura para una gigantografía que nos muestra lo primorosa que va a quedar Vergara. Qué se yo, por ahí con la guita de ese cartel se hubieran podido tapar dos pozos o pintar un paso peatonal, pero son decisiones políticas, viste. Si total te vas a dar cuenta de cómo están de las calles de Hurlingham por el estado del tren delantero de tu auto, o tus riñones, si andás en colectivo. No por un dibujo.
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